REFLEXIONES DESDE MI TIZA
Joaquín Moreno Cejuela
Las cifras del fracaso y del abandono escolar, de nuevo, vuelven a ser preocupantes en relación con los países más desarrollados. A pesar de los intentos correctores que desde varios frentes se han ido proponiendo y muchas veces imponiendo, no alcanzamos unos niveles aceptables. El empeño por mejorar la estadística del fracaso colectivo, a cualquier precio, se ha convertido en una obsesión gubernamental. Para ello, se propone maquillar, sutilmente, las evidentes arrugas que desfiguran el rostro escolar. Flexibilizar, que traducido quiere decir: “Colar”.
El masivo coladero legal se intentó instaurar, últimamente, con la promoción encubierta de los alumnos suspensos de Bachillerato y que, de momento, el Tribunal Supremo se ha encargado de cerrar. Se han probado otras medidas llamadas, también, “flexibles”; todas ellas con el mismo fin restaurador: rebajar las cifras del fracaso y otorgar títulos a bajo costo. A veces, da la impresión de que estamos empeñados en imponer el aprobado como castigo para aquellos que nunca lo soñaron ni lo desearon. Se supone que el alumno ya posee el esfuerzo, la superación, y los conocimientos por el simple hecho de estar matriculado. Esa alegre permisividad no la tenemos con el que debe ejercer como cirujano, arquitecto o piloto. En ello nos va la vida.
Es cierto que al aumentar la edad escolar obligatoria hasta los dieciséis años, se incrementa también el número de alumnos, sin ninguna motivación, que pueden acceder a unos estudios, con el consiguiente riesgo del descenso en la estadística de aprobados. Lo que en realidad está sucediendo es que ese aumento cuantitativo del alumnado, mediante una escolarización masiva, sin medios suficientes para atender a grupos diferenciados, no se corresponde con el deterioro cualitativo que se está instaurando en nuestro sistema educativo.
Ahora, todos los que cada día entramos en el aula, los que trabajamos con niños y adolescentes de verdad, no de fantasías de despachos, sabemos que el alumno con dificultades en el estudio pero, a su vez, con voluntad de aprender, cuenta con el apoyo y los medios que le facilitan el aprendizaje. Los alumnos que muestran interés, y aprovechan los recursos, obtienen su recompensa. Ellos son los que, en verdad, se desaniman al ver cómo los que alardean de su indolencia, los que petardean el ámbito escolar, los “objetores de la educación”, promocionan igual que ellos, obtienen los mismos títulos y todo por una mal entendida e interesada flexibilización, en un intento desesperado por maquillar el fracaso de nuestra estadística escolar. Hay que tener claro que, dentro de la cadena del proceso educativo, la pieza insustituible y sin repuesto, es el alumno y es bueno que él también aprenda a renunciar a parte de su vida fácil y cómoda, no vaya a ser que, al final, acabemos todos desmotivados, sin crédito en el banco de la autoestima.
Al acabar el día, me sacudiré las manos manchadas de tiza y entre la nube de polvo que desprenden, pensaré en que la indolencia de unos no provoque el desánimo de otros, al tiempo que el recorte del fracaso escolar sea fruto del trabajo, del esfuerzo y de la calidad, no por imperativo legal.