ÁNGEL GABILONDO: UN MINISTRO SOBRADO DE INTENCIONES


   Dentro de un tiempo tendrá su retrato decorando los pasillos del ministerio, donde ya cuelgan los de tantos predecesores cargados de buenas intenciones.

Ángel Gabilondo no es un político en sentido estricto. Es un hombre de universidad engatusado para hacer política y elegido en el peor momento. No sé cuántas veces le habrán visto por Ferraz, pero sospecho que siempre de visita y en casa extraña, donde tiene muchos conocidos pero pocos amigos. No me lo imagino saliendo de cañas con Pepiño, con Chaves, ni con Leire, ni siquiera con la divertida Bibiana… ¿De qué iban a hablar? Le veo más con Cristina Garmendia, paisana y compañera profesora de universidad.

Ha sido hombre de tiza y de aula, emprendedor y de ideas renovadoras. Así llegó a ser Presidente de la Conferencia de Rectores. Desde el inicio de su gestión ministerial anunció y se volcó con gran esfuerzo y habilidad conciliadora en un proyecto: Establecer un gran pacto por la educación. No pudo ser. Creo que no calculó la urdimbre y entresijos que se enredan en la política. El día que comunicó que su ambicioso proyecto había fracasado, su rostro reflejaba la amargura del niño al que le han roto el juguete más querido. La educación es un poliedro con multitud de caras envueltas en intereses corporativos, patronales, colectivos sociales, políticos y religiosos…Demasiados gallos con crestas y espolones muy afilados en el mismo corral. La ideología y los intereses políticos lo invaden todo y la educación es una presa difícil de soltar y menos de compartir. Fue un sueño del que despertó amargamente el ministro Gabilondo y después, nunca se le vio sonreír con la misma frescura.

Cuando entró en el ministerio, nuestra evaluación internacional sobre educación se encontraba en un puesto difícil de empeorar. El informe Pisa aparecía como una losa pesada y cada décima de mejora que superábamos, se celebraba como una  amarga victoria. Nunca se dijo que ese avance era el fruto de “flexibilizar” en promociones, recortar los contenidos, de relajar el esfuerzo de nuestros estudiantes y así se maquillaba el abandono y el fracaso escolar. Antes que en economía, España ya estaba en recesión en educación.

Durante su permanencia en el ministerio se ha desarrollado la aplicación de la LOE y del proyecto Educa2. Se ha ampliado la dotación de becas y ayudas al estudio. Se le abre un horizonte más esperanzador a la Formación Profesional  y se han puesto las bases para una reforma universitaria con la implantación del plan Bolonia. Un proyecto ambicioso, urdido en época de crisis pero sin recursos suficientes. Aspiraciones del rico soñadas en casa del pobre.

En eso debía pensar cada mañana de domingo, caminando ligero por el Retiro madrileño, acompañado de escoltas que seguían a un hombre que ansiaba volver a su hábitat natural que es la universidad. Esta pirueta política no le ha merecido la pena.

Últimamente, ya consumado el naufragio de su gobierno, algunos han intentado colocarle la camiseta verde, símbolo de los profesores indignados por los “recortes” en educación. No se le ha visto tras las pancartas, pero sí ha hecho en la trastienda un guiño y carantoñas a quienes, con despecho, abandonaban las aulas. No tendría la misma opinión si se hubiera asomado por las asambleas y hubiera comprobado el talante de algunos que podrían llegar, lamentablemente, a ser los educadores de sus hijos.  Varias Comunidades se lo han reprochado por su intromisión partidista y por incumplir sus compromisos. Las transferencias hay que respetarlas y el árbitro no debe entrometerse en la alineación de cada equipo.

Ángel Gabilondo ha sido un ministro puesto en un lugar inadecuado en un tiempo inapropiado. Ojalá que su reencuentro con la tiza, con el aula, le devuelva la sonrisa y la frescura de pensamiento de la que siempre ha gozado. La política requiere de una mente más retorcida y fangosa, de la que él, afortunadamente, carece.

 Joaquín Moreno Cejuela

 

 

 

 

 

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