Por Joaquín Moreno Cejuela
Los tribunales de justicia insisten en condenar a los centros escolares y, en algunos casos, a los tutores o maestros, por los daños accidentales que sufren los menores, cuando, por voluntad propia, se ausentan y viven la aventura estudiantil de lo que conocemos como “pellas” o “novillos”. El diccionario define al delincuente como “aquel que comete delito”. Ya lo sabes: hay que ponerse en guardia y procurar, como maestro, no delinquir por los “novillos” de tus alumnos.
Cada día te esfuerzas en superarte en tu trabajo, pero al entrar en clase, no te fíes. Si descubres una mesa vacía, ten mucho cuidado, y enciende todas las alarmas: puedes estar cometiendo un delito.
Mientras recitas unos versos de Quevedo, mientras defines los términos de una derivada, mientras invitas a crecer en una sociedad fortalecida por la tolerancia y la convivencia, si al alumno que está ausente por su propia voluntad, le ocurriese un mal fortuito, te estás poniendo en peligro y el responsable, dicen algunos, eres tú. De inmediato, olvida los versos, abandona la derivada, suspende la tolerancia y pregunta, investiga, llama, interroga, insiste, busca y, sobre todo, encuentra una respuesta que te exculpe de la ausencia del menor.
Muchos docentes hemos insistido en la necesidad de revisar las medidas disciplinarias para estos aventureros que deciden, por sí mismos, abandonar el trabajo. Siempre hay voces conciliadoras de sesudos técnicos y expertos “seudopedagogos” que justifican al alumno con tolerancia y comprensión ilimitadas. Defienden la “travesura” de los que, meticulosamente, han planeado su aventura estudiantil. Muchos padres lo considerarán una “chiquillada” que carece de importancia. Esa comprensión y esa tolerancia solicitadas con tanta ternura para el hijo, a veces, se vuelve en exigencia despiadada ante el juez para demandar penas más duras, indemnizaciones más abultadas, condenas e inhabilitaciones para el maestro, si el destino, maliciosamente, ha derivado en una desgracia irreparable.
Aquí es preciso poner la venda antes que la herida. El principal responsable, aunque sea un menor según la ley, es el que planea y consuma una “aventura estudiantil”. Los mayores, padres y profesores, pondremos los medios para detectar, comunicar y evitar situaciones de peligro. Al mismo tiempo, debemos mostrar una actitud firme, ejemplar y unánime, que sea capaz de disuadir al menor de la ausencia prohibida. Muchas veces la tolerancia complaciente y las disculpas generosas, son el mejor camino para llegar a un lamento irremediable.
Al acabar el día, me sacudiré las manos manchadas de tiza y entre la nube de polvo que desprenden, pensaré en cuidarme yo de la justicia, antes de que la justicia se ocupe, celosamente, de mí.