Por Joaquín Moreno Cejuela
Son numerosos los vocablos que designan el rango entre interlocutores y delimitan las capas sociales. A medida que esas capas sociales y su cultura se asemejan, el vocabulario se ajusta y se vuelve más próximo. Así, del “Vuestra Merced” medieval y renacentista, pasamos a un discreto y reducido “Vd.”, principio y fin de ese título.
Inevitablemente, el lenguaje también experimenta ese mismo cambio y se adapta a él. Quedaríamos sorprendidos si en nuestro entorno, un buen día, el niño se dirigiera a su madre en casa, con un sonoro y distante “Vd”. La madre pensaría que su hijo ya no les quiere. Ni siquiera, lo admitiría el abuelo, más empeñado hoy que nunca, en sintonizar con la “chavalería”. Más que una muestra de respeto, parecería un insulto jocoso y desestabilizador de la familia.
Lo mismo ocurriría en la escuela. No me imagino, el primer día de clase, a un niño de infantil, tratando a su “seño” con un “Vd.” académico, distante y frío. La maestra correría al espejo. Allí vería crecer, irremisiblemente, las arrugas en su rostro y miraría al niño como a un adulto prematuro. Poco a poco, el “tú” ha salido del reducido entorno familiar y se ha convertido en palabra única de referencia coloquial.
La relación social actual provoca esta evolución de la palabra. Es innegable que, en casa, en el intento por eliminar las barreras generacionales y roles de autoridad, los padres, unas veces, nos agachamos condescendientes hasta el nivel del niño y otras, lo aupamos encariñados en exceso, por encima de la cabeza, que es donde reside la cordura. Al sustituir el “Vd” por el “tú”, se ha vaciado el contenido del vocablo originario. El principio de autoridad, de respeto, se ha diluido con la palabra. El niño no ha aprendido, porque no se le ha enseñado, la diferencia que existe en el trato entre personas, aunque éstas se tuteen. Se ha adueñado de unos derechos que los adultos le hemos cedido, sin hablarle de deberes. Se nos olvidó decirle que todos los “tus” no son iguales.
A los que cada mañana entramos en el aula entre pupitres y niños, nos halaga ese “tuteo” tan cercano que nos hace rejuvenecer. También nos sentimos vacilantes, cuando, a cambio, debemos responder, justificar, ceder, razonar, dialogar, explicar, asumir, escuchar, rectificar, consultar, comprender…a aquellos que no entienden que, a pesar de tratarnos entre todos de “tú”, no somos iguales. Se nos olvidó decirles que la experiencia y la responsabilidad corresponden al maestro. Se nos olvidó enseñarles que el respeto nunca prescribe y que el “tuteo” no está reñido con la autoridad y la confianza.
Al acabar el día, me sacudiré las manos manchadas de tiza, y entre la nube de polvo que desprenden, pensaré que, a veces, llevado por la consideración que se merecen mis alumnos, debería rescatar el vocablo y ser yo quien los tratase de “Vd”. Tal vez, así lo comprendan mejor y recuperemos lo que nunca se debió perder.