MAESTRO DE ANTAÑO, MAESTRO DE HOGAÑO

profe+chicos +REFLEXIONES DESDE MI TIZA    

Por Joaquín Moreno Cejuela                          El cura, el médico, el maestro y la guardia civil: los cuatro pilares de referencia literaria sobre los que se ha sustentado, durante largos años, la vida social y la convivencia en muchos pueblos de España. Hoy ni el cura, ni el médico, ni siquiera la guardia civil y, por supuesto, el maestro, son referentes significativos en la sociedad. La realidad supera la ficción literaria.

El acceso generalizado a los estudios, por consiguiente, a la cultura, junto a la influencia de las comunicaciones, han desembocado en el desarrollo de una sociedad más culta, más crítica y exigente. Todo es opinable. Los médicos, los funcionarios, por supuesto, los políticos y magistrados, sufren el juicio permanente de los ciudadanos, entendidos o no en la materia. ¿Y los maestros? Faltaría más. Esos no se escapan del comentario en la gran tertulia nacional.

Muchos son los que pretenden escrutar, con ojo de halcón, tras los ventanales de las aulas. Para el niño, su maestra es la más guapa, la más cariñosa, y el granero del saber. En contra, en casa, dependiendo de cómo vaya la feria escolar, se cuestiona toda valoración que del hijo se hace. Los más atrevidos enjuician el contenido y el proceso: “¿Y esto para qué sirve?, El profe no tiene ni idea... “Si las notas no se ajustan a los cánones exigidos por la familia, se endurece el tono: “¡Como vaya yo, se va a enterar!; Tú no le hagas ni caso… desde el primer día le ha cogido manía a la niña...” Son pequeñas astillas que se dejan caer en el fuego que caldea el ambiente escolar y hace que, poco a poco, se vaya fundiendo la imagen amable y robusta del maestro que el niño concibió en su mente.

Los malos maestros y peores enseñantes siempre han existido. La docencia, por sí, no garantiza la excelencia de sus profesionales.  En el proceso de enseñanza, los factores son tan variables que, con los mismos ingredientes, se obtienen diferentes resultados. Es bueno recordar el dicho de que “Cada maestrillo tiene su librillo”, aunque si el librillo es malo, difícilmente se salvará de la quema.

Algunos padres, con un desmedido afán protector, activan mecanismos exculpatorios para uno e inculpatorios para otros, como respuesta a unos resultados que se niegan a asumir. El niño y adolescente, que son muy hábiles en estos menesteres, condimentan la información escolar con el vinagre preciso para que, celosos, sus padres acudan al rescate. Por el contrario, también, muchos son los progenitores que promueven el principio de autoridad y respeto al maestro, asumiendo que en el binomio “enseñanza-aprendizaje”, en aciertos y fracasos, algo tiene que ver el destinatario, aunque éste sea su hijo.

Pienso que mejor nos iría si no se perdiesen los dos referentes de autoridad: ni el parental ni el escolar. Los dos se complementan y la suma de ambos, traza la linde del camino deseable que el menor nunca debe abandonar.

            Al acabar el día, me sacudiré las manos manchadas de tiza y entre la nube de polvo que desprenden, pensaré en ser hogaño el maestro que mereció el respeto de antaño.                                                            

Esta entrada fue publicada en Opinión: "Reflexiones desde mi tiza". Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *