LA MALA EDUCACIÓN

abcPor Joaquín Moreno Cejuela

Un maleducado es el fruto podrido de “la mala educación”.

Veamos. Llamamos maleducado al que su comportamiento no se ajusta a un modelo predeterminado y ya definido. Un modelo aceptado por consenso social que pontifica sobre lo que es “correcto” y “educado”. La edad del “maleducado” no tiene fecha de caducidad. Hay maleducados perpetuos.

Atendiendo al significado literal de la palabra en sí, la expresión “maleducado”, se dirige “al que ha sido educado mal”. Es decir, hace referencia a las raíces de la educación recibida, al igual que el “bienparido” deja en muy buen lugar a su madre y el “malnacido”, todo lo contrario.

El “maleducado” sería el resultado de una formación defectuosa con intencionalidad perversa,  para obtener un producto deteriorado que se pone en circulación en la sociedad. En este sentido literal, el “maleducado” no tendría ninguna responsabilidad y mucho menos, culpa de ser así. A él le educaron mal, salió con defecto de fábrica, por error o intencionadamente. Igual que “pintado” es el resultado de la acción de un pintor y el responsable de que esté bien o mal pintado no es el lienzo, sino el artista que maneja el pincel a su antojo.

¿De verdad educar sería igual que pintar? Evidentemente, no. Tanto en una acción como en la otra, la responsabilidad del que pinta y del que educa es primordial. En el caso del pintor, esta responsabilidad es única, exclusiva e irrenunciable. Por contraposición, en el educado, el tema es más complejo. La responsabilidad está muy compartida, y el resultado, con frecuencia, imprevisible.

Cargar el mochuelo de la buena o de la mala educación, únicamente a la escuela, sería una visión simplista, además de errónea. También lo más fácil. En el proceso educativo interviene la familia y su entorno; el contexto social y el económico; los poderes mediáticos y los políticos; por supuesto la escuela y además…el educando, que afortunadamente no es un lienzo inerte.

Sabemos que una misma familia, una misma sociedad, una misma escuela, no generan individuos repetidos, troquelados con el mismo molde. Por suerte, de idénticos ingredientes, no se derivan resultados y estereotipos prediseñados.

Los agentes que intervienen en la educación, (entre ellos y no el único, la escuela), crecen en un momento histórico, en un contexto social con sus recursos, sus cargas afectivas y culturales. No sería razonable valorar, de forma simplista, con la perspectiva del siglo XXI, el tipo de educación impartida por la familia y por la escuela,  en la primera mitad del XX. Si se hace, sería una burda manipulación.

Con esa misma perspectiva histórica, y con el mismo rigor,  hay que analizar los errores del pasado, para superarlos, eficazmente, en el futuro. Con sentido crítico constructivo. Sacar la lupa y el espejo cóncavo para reflejar distorsionados y en imagen grotesca los granos de una “mala educación”, comparándola con el presente, sin tener en cuenta la evolución social, son ganas de llevarse un partido sin jugarlo.

Algún poder público o privado, un organismo o institución ¿tiene la fórmula que se perpetúe en el tiempo, para impartir lo que se puede llamar “la buena educación”?

En este momento, cabe hablar de una “educación en valores”, pero en sentido muy amplio y flexible. El honor y la honra como valores, en el siglo XVI, difieren mucho del que tienen en la actualidad. Una educación en valores, puede ser aceptada, pero si no se tiene buen tino en su aplicación, carece de la garantía suficiente para que en un futuro no se caricaturice grotescamente.

Es imprescindible promover un estilo de educación en libertad, entendida como pluralidad de opciones reales para ejercerla y para recibirla. Libertad para educar y libertad `para elegir. Un modelo único, monocolor, monográfico, monoinstitucional, monotemático, aunque lo promocione el Estado, quedaría muy “mono”, pero con las carencias de todo lo que, deliberadamente, se quiere excluir. Un modelo en diversidad, abierto, con múltiples ofertas, con igualdad de oportunidades, accesible para todos y al servicio de la demanda social, sintoniza mejor con un espíritu democrático. Un modelo plural ya es garantía de calidad. En lo sucesivo, sería más difícil hacer bandera burlesca de la “mala educación”, en general, porque no sería impuesta ni selectiva, sino elegida y participativa.

El “maleducado”, entendido como fruto de una manipulación  educadora, corre menos riesgo de perpetuarse, cuando la oferta educativa sea más plural, libre e independiente. Cuando el estilo de educación no se imponga como un uniforme reglamentario, sino que  la oferta plural venga acompañada de los medios que garanticen la libre elección, la “mala educación” desaparecería por falta de clientela.

Los “maleducados”, en el sentido de inadaptados sociales, no, esos por desgracia, nos acompañarán siempre.

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